lunes

¿Aburre leer en Kindle?

 (I) Leer durante el viaje es una de las actividades que más nos acompañan. En el autobús y en el tren las personas despliegan sus textos, se ponen cómodas y se enfrascan en mundos que los observadores envidiamos.

Nos preguntamos. ¿Dónde estará? ¿Qué recuerdos volverán a su conciencia? ¿Qué adivinará de lo que le cuentan? ¿Por qué sonríe ahora? ¿La invito a un café?
Cuando tomé las dos fotos era un incauto que pensaba en comprarme un ebook por Navidad. He decidido invertir la mitad de lo que me costaría en dos de Alice Munro. La gran maestra del relato, pese a las críticas que a veces cosecha.



Los compraré en papel. Porque como los camellos, aunque aguante con el ordenador entre las manos, no puedo vivir sin el agua que me supone tocar el papel, utilizar un marca páginas o adherirle unn postit.




(II) Cuando nos cuentan de las bondades del Kindle, del Sony y del Papiro, mientras alguien hace lo imposible para  convencerme de que la pantalla de tinta electrónica me liberará del polvo y del espacio (con lo caro que está en Nueva York), cuando estoy a punto de permitir que me engañe y tragar con una de esas pantallas que se rompen en cuanto las depositas bajo la almohada (los libros no padecen esta enfermedad), me hago estas dos fotos durante el regreso en tren de un corto viaje.

La miro y me digo: ¡Anda ya! Eso del Kindle es más aburrido que un paseo por la Antonio Machado de Madrid o por la Grand Splendid, con Eduardo Galeano como anfitrión. El papel tiene una grandiosidad que necesitamos conservar. Al menos para que no nos atenace la incomodidad durante los viajes en tren, como al señor pegado a la ventana, con un Kindle en la mano. Si conoces esa librería, enhorabuena. Odiarás el Kindle. Y si no la conoces, esta es su historia 

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